Había una vez, en un bosque lleno de árboles frutales y riachuelos, una tortuga llamada Doña Tortuga. Aunque no era la más rápida de todas, era muy astuta y sabía cómo disfrutar de la vida. Un día, Doña Tortuga escuchó al alocado Don Conejo alardear de ser el más veloz de todo el bosque. «¡Nadie me puede ganar en una carrera!», decía Don Conejo saltando por todos lados.
Doña Tortuga, con su calma habitual, se acercó a Don Conejo y le dijo: «¿Estás tan seguro de que nadie te puede ganar? Yo te reto a una carrera mañana, al amanecer.» Todos los animales del bosque soltaron carcajadas. ¿Cómo podía una tortuga competir contra un conejo tan rápido? Pero Don Conejo, confiado, aceptó el reto sin pensarlo dos veces.
Esa noche, Don Conejo se fue a dormir tranquilo, convencido de que sería un paseo fácil. Mientras tanto, Doña Tortuga, en su pequeña casita, repasaba su plan con una sonrisa. Sabía que la carrera sería difícil, pero tenía una estrategia secreta bajo su caparazón. Al amanecer, los animales del bosque se reunieron en el claro para ver el evento del siglo.
¡Bang! El zorro lanzó el banderín y la carrera comenzó. Don Conejo salió disparado como una bala, dejando a Doña Tortuga muy atrás. «¡Esto será pan comido!», pensó el conejo mientras corría a toda velocidad. Doña Tortuga, sin embargo, empezó a caminar despacio, pero con pasos firmes, y ni por un segundo miró hacia atrás.
Después de correr tanto, Don Conejo decidió tomarse un descanso. «Soy tan rápido que puedo echarme una siesta y aún así ganar», se dijo mientras se recostaba bajo un árbol de manzanas. En poco tiempo, el conejo estaba profundamente dormido. Mientras tanto, Doña Tortuga seguía avanzando lenta pero segura, paso a paso, sin detenerse.
Cuando Don Conejo despertó, se estiró y se sacudió el sueño. Al ver que Doña Tortuga aún no estaba a la vista, se sintió seguro y retomó la carrera, saltando de alegría. Pero, al acercarse a la meta, su sorpresa fue enorme: ¡Doña Tortuga ya estaba allí, levantando la bandera de ganadora! «¡No puede ser!», gritó Don Conejo, completamente asombrado.
Todos los animales aplaudieron a Doña Tortuga, que con su paciencia y constancia había ganado la carrera. Don Conejo, aunque un poco avergonzado, aprendió una valiosa lección: no siempre gana el más rápido, sino el más perseverante. «¡Qué buena carrera, Doña Tortuga!», dijo Don Conejo con una sonrisa. «La próxima vez, te tomaré más en serio.»
Fin
Y así, queridos niños, aprendimos que la rapidez no siempre es lo más importante. La paciencia, la perseverancia y el esfuerzo nos llevan lejos, ¡incluso más allá de lo que creemos posible!
TEMIS EDU – LYCEE ATHOS LECOLE
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